La amante siempre buscaba las manos de él,
esas manos de hombre, fuertes, necesarias, y receptoras.
En su viaje, la amante recurría a tocarlas, besarlas, acariciarlas,
esa manos que dicen tanto, que hacen tanto.
En su búsqueda, crea expectativas, busca consuelo y ansia volar,
gracias a esa manos.
El se siente perplejo y rechaza, pero luego se da cuenta y le duele.
Ella, la amante, se ha cohibido.
Se siente hundida, pero hace como si no hubiera pasado nada.
Las manos, nuestras manos, son nosotros, lo transmiten todo, es el tacto,
ese sentido material, visceral y formidable.
No se encontraron los amantes en esas manos, lastima,
porque todo había sido perfecto.
